jueves, 8 de enero de 2015

La trampa de la experiencias agradables

La mayoría de nosotros, en la vida, nos movemos en la dicotomía de buscar el placer y aquellas cosas y momentos que nos lo proporcionan y rechazar lo que nos hace sufrir.  Tenemos fuertemente arraigada la creencia de que una vida feliz y plena es aquella en la que se cumplen nuestros deseos, tenemos salud, dinero y amor, se dice, no? Y bueno, a parte de esto,  un montón de cosas más:  viajar, comodidades varias, entretenimientos diversos, una televisión de plasma, un buen coche, etc.  Vivir experiencias agradables, variadas, sorprendentes, que nos hagan sentir vivos,  a veces incluso algo arriesgadas,  es también algo que se ha puesto muy de moda ( admiramos a esos ancianos de 90 años que se tiran en paracaídas, por ejemplo).  Ahora parece que una vida rutinaria,  sin emociones fuertes,  está condenada al tedio, al aburrimiento y a la falta de sentido.  Por eso,  nos cansamos de todo,  de los trabajos, de las parejas, de los sitios donde vivimos, ...¿ pero no será,  que en el fondo,  estamos cansados y hartos  de nosotros mismos?

Cuando sufrimos,  queremos salir de ese estado.  Al identificarnos con todo aquello que sentimos y pensamos es normal que queramos escapar de ahí. Cada uno tiene sus estrategias para evitar el sufrimiento,  intentando encontrar aquello que nos produzca una experiencia agradable que normalmente viene de fuera.  Buscamos en el exterior algo que mitigue nuestro malestar interno. Y volvemos a entrar en la rueda de evitar lo displacer y buscar el placer, pasando así la mayor parte de la vida.   Bueno,  pensarán algunos,  ¿ es lo normal , no?

 El problema llega cuando estamos ya tan desengañados de que lo que buscamos fuera,  al final , resulte una frustración,  porque ya nos vamos dando cuenta que todo es cambiante.  Entonces,  muchos de nosotros, comienza una búsqueda interna.  Añoramos aquella fuente de felicidad que es eterna y que no dependa de las circunstancias externas,  volver a nuestro hogar original,  del que sentimos que fuimos  arrebatados.

Entonces podemos encontrar la meditación.  Ir aprendiendo a desidentificarnos  de aquello que pensamos y sentimos,  e ir  descubriendo nuestra verdadera naturaleza. Y cuando sufrimos,  entonces es muy fácil recurrir a ella,  para poder encontrar un poco de esa paz perdida.  Es muy legítimo, por supuesto.  Por eso las crisis son oportunidades excelentes para profundizar más en nosotros mismos.

Pero llega un momento, en que uno va descubriendo , que cuando hay sufrimiento,  es cuando más anhelamos encontrarnos con la fuente de paz y alegría verdaderas. Son oportunidades para el recogimiento,  para recoger las energías que desgastamos hacia afuera, replegándolas hacia nuestro interior.  Es entonces cuando necesitamos lucidez para no caer en la zona del pensamiento,  porque ese pensamiento nos está haciendo daño provocando un torrente de emociones desagradables.    Pero,  ¿qué pasa cuando la experiencia es agradable?  Cuando la situación externa que vivimos, sea un novio,  un éxito, alabanzas, es decir, experiencias que nos producen pensamientos agradables, y a ellos asociados,  sentimientos y emociones positivas.  Entonces no nos cuestionamos querer salir de esa zona del pensamiento,  queremos quedarnos ahí, y que nadie nos saque de ese estado de pseudo felicidad.  Pero deberíamos investigar bien y ver qué es lo que sucede con este tipo de experiencias.  Veamos.

Cuando vivimos una experiencia agradable, desde el ego, asociamos nuestro bienestar a la situación externa que la ha provocado, una persona, un objeto, etc,  lo que va a conducir irremediablemente a que nos veamos impulsados a una búsqueda frenética para reproducir nuevamente aquella situación que nos hizo sentir bien.  De ahí procede nuestra inmumerable lista de deseos,  y por eso el ser humano está constantemente  en la búsqueda de experiencias, personas o situaciones, comida, drogas,  que por un momento le hagan olvidarse de sí mismo,  y le provoquen algún tipo de sensación agradable.

Por eso las experiencias agradables y la satisfacción momentánea que producen, no nos damos cuenta de que son también la antesala del sufrimiento.  Debido a que las experiencias externas no siempre están ahí, al habernos apegado fuertemente a ellas,  después producen frustración. Y además , las experiencias positivas, al ser vividas desde el ego, producen una identificación muy poderosa con este, mucho más que las negativas. Un ejemplo muy evidente: si alguien enamorado de nosotros nos dice que somos guapos, inteligentes y maravillosos,  ¿ cómo vamos a creer que no somos ese "yo" tan fantástico? Querremos quedarnos ahí, por supuesto. Luego viene el problema cuando con el tiempo a nuestra pareja ya no le parecemos tan fantásticos,  Y ya no digo nada si nos abandona por otro  u otra más fantástico... Entonces comenzaremos una búsqueda espiritual que nos alivie esa crisis de identidad y egoica tan fuerte,   O  iremos a un psicólogo que  nos dirá que hemos de recuperar la autoestima perdida,  y que cuando hayamos hecho un poco el duelo,  nos pongamos guapos,  para encontrar otra pareja que llene nuestro vacío existencial. Ayyy, qué cansino, ¿no?

Todo esto no implica que no haya que vivir situaciones agradables,  sino ir aprendiendo a fluir con la vida, e ir descubriendo que viviendo desde nuestro SER,  no existen las dicotomías y todas las experiencias, tanto las agradables como las desagradables, se pueden vivir desde una paz y una serenidad más profunda.  Porque hemos olvidado quienes somos,  necesitamos aferrarnos a lo físico y lo material, creyendo que solamente lo externo puede liberarnos de nuestros males.

Cuantas veces hemos oído eso de " disfruta el momento", "carpe diem" , "acepta lo que viene", y tantas cosas de ese estilo que acaban por causarnos gran frustración por no poder conseguirlas.  Porque cuan  difícil es todo eso si uno no descubre su naturaleza esencial  y no se va abriendo a  la misteriosa presencia de su Ser.

 Así que aprendamos a vivirlo todo desde la Luz que somos , e ir descubriendo que tanto la tristeza, la rabia, o la alegría,  o entusiasmo, no son más que olas de un Mar que las abarca a todas.  Pero nosotros somos el Mar,  y desde esa perspectiva,  la vida cambia.  ¿Vamos a descubrirlo de una vez?