Estudié psicología y después trabajé como psicoterapeuta dentro de una línea psicoanalítica. Siempre me sentí decepcionada porque me daba cuenta de que el verdadero y genuino encuentro con un paciente solo se producía cuando mi mente estaba muy tranquila y no había pensamientos de juicio u opiniones. La mayoría de las veces me encontraba intentando encontrar dentro de mis archivos mentales una teoría o una interpretación que me ofreciese alguna explicación sobre lo que le ocurría a la persona que tenía delante, por no hablar de las intensas emociones transferenciales que la relación me despertaba. Es decir, me encontraba tan llena de mí, que era imposible hacer un espacio a esa persona en mi ocupada mente para poder estar disponible y escuchar de una manera amable y receptiva.
Pero me iba dando cuenta de que cuanto más podía encontrarme en una presencia silenciosa, sin más, se producían las mejores comprensiones o insights en el paciente. También estuve trabajando en una escuela de educación especial con niños muy afectados por diferentes trastornos del desarrollo. Allí también me daba cuenta de que, muchas veces, la observación silente era lo más terapéutico que yo podía ofrecer a un niño que tenía muchas dificultades, como por ejemplo niños autistas con graves problemas de comunicación y conducta. Esa observación nada invasiva, respetuosa, que no quería cambiar nada en ellos, esa presencia viva, era muchas veces lo único que los calmaba. Pero todo aquello no encajaba con nada de lo que había aprendido hasta ese momento después de años de universidad, seminarios, masters, etc, etc, etc. No hacer nada no era una alternativa aceptable para mi en aquellos momentos, además de que no estaba dispuesta a tirar por la borda todos los conceptos y teorías que tanto esfuerzo me había costado aprender. No encontraba valiosa esa alternativa pero una parte de mí comenzaba a tomar conciencia del enorme potencial que se escondía detrás de una escucha receptiva, de una actitud no enjuiciadora que no pretendía cambiar nada y que abrazaba la experiencia del paciente tal cual se desplegaba. Algo me decía que mi empeño no debía estar tanto en adquirir conocimientos como en aprender a despejar mi mente de tanto ruido.
Ante mi petición profunda de encontrar una mejor manera de relacionarme conmigo y con los otros desde otro lugar, apareció la meditación y la filosofía Advaita, las cuales me ayudaron a comprender de qué trataba toda la dinámica de la mente y qué era lo que explicaba la fortaleza de esa presencia silenciosa. Lo que ocurría en aquellos momentos era que mi mente se hacía a un lado y yo me encontraba presente desde una consciencia que trasciende la zona pensante. Ahí se encontraba todo el valor y sentido de un encuentro de ese tipo, pero yo en aquel momento, como decía antes, no podía entenderlo y no valoraba el potencial de una presencia en conexión con nuestro Yo más profundo o Ser.
Cuando leí el texto "Psicoterapia. Propósito, proceso y práctica" el cual está incluido dentro del manual de Un Curso de Milagros, sentí que ponía palabras a mi forma de entender lo que significa un verdadero encuentro psicoterapéutico, lo cual valdría también para un encuentro con cualquier persona y en cualquier contexto. El texto, aunque apunta a un ideal de lo que sería un encuentro Real, en realidad muy pocas personas nos encontramos completamente conectados a la Verdad, y liberados del ego. La gran mayoría estamos en este Camino aprendiendo a acercarnos al otro desde una verdadera mirada amorosa e inocente. "No se nos pide que seamos perfectos cuando intentamos curar". (T-2.V.7:3)
Aun sabiendo que estamos en un sueño, no encuentro otra manera más valiosa que utilizar las oportunidades que brinda el encuentro con un hermano, para abrir nuestro corazón y extender el Amor que somos. "No hay nada más santo en este mundo que ayudar a alguien que pide ayuda" (T- 2.V.4:2). Y según UCDM, lo que no es Amor es una petición de Amor. Así que, sea que alguien nos pide ayuda de una manera abierta o encubierta, siempre hay una posibilidad para practicar la psicoterapia según nos enseña Jesús. La vida nos ofrece oportunidades todos los días.
Un encuentro psicoterapeútico según UCDM tiene el propósito de ayudar a eliminar los obstáculos a la verdad (T-1.1:1). "Es un proceso que cambia la manera en que uno se ve a sí mismo" (T-2.Int.1.1:9). En este sentido, cualquier encuentro entre dos personas, podría en un momento dado ser terapéutico independientemente de la forma que adopte, por ejemplo, en la consulta del psicoterapeuta, en la calle con un conocido, en casa con nuestra pareja, etc.
Primeramente aclarar que el término Psicoterapia en este texto no se ciñe a formas profesionalmente establecidas, aunque también las incluye. Es decir, no se limita a un contexto típico de terapeuta-paciente al uso, donde normalmente el terapeuta cobra unos determinados honorarios por su trabajo. En palabras del Curso: "Todos somos Sus psicoterapeutas (de Dios), pues quiere que todos seamos sanados en El"(T- 1.5:10). "La psicoterapia consiste en una serie de encuentros santos en los que dos hermanos se encuentran para bendecirse y recibir la Paz de Dios" (T-2.I.4:1)
En este caso, el terapeuta y paciente son dos personas que se encuentran a un nivel de igualdad, en un plano horizontal, y donde simplemente el que aparentemente ocupa la posición de "terapeuta" en el momento del encuentro lo que sucede es que "camina ligeramente por delante del paciente y lo ayuda a evitar algunos de los escollos del camino advirtiéndolos primero" (T-2.III 1:1). Es decir, simplemente en este encuentro hay una de las dos personas que puede aportar algo de Luz en algún tema o cuestión que se esté tratando en ese momento. En un encuentro profesional o en la relación con un maestro "realizado" son claros los roles de "terapeuta" y "paciente". En una relación amistosa o afectiva, por ejemplo, los roles pueden intercambiarse de encuentro a encuentro, ya que simplemente cada uno tiene áreas en su mente donde hay más claridad que en otras.
El "terapeuta" al poder estar situado en un lugar más luminoso de su consciencia puede ayudar al "paciente" a situarse también en ese lugar y poder abrir su mirada transcendiendo los límites de la mente egoica. El "terapeuta" con su visión espiritual da Luz a aquellos aspectos que no pueden ser vistos con discernimiento. Es decir puede ver lo falso como falso y ayudar a ver de otra manera más Real. Que se produzca un genuino cambio de mirada dependerá por tanto de la apertura a la Verdad que tengan tanto el terapeuta como el paciente. Esta apertura impondrá los límites de la terapia y el alcance de la curación.
En cuanto al proceso o metodología que propone el curso simplemente exhorta al terapeuta para que se haga a un lado y escuche la voz del Espíritu Santo para que le guíe en lo que tiene que hacer o decir. Esto es lo que hace que ese encuentro se haga santo. Deja al Espíritu que guíe los pasos e invita al terapeuta a no hacer nada, por eso que no puede colocarse en un plano por encima del paciente. Como dice el Curso: "Lo ideal es que el terapeuta también sea un seguidor, pues hay Uno (Espíritu Santo o Dios) que debe caminar delante de él para proporcionarle La Luz con la que poder ver." (T-2.III.1:2)
Constantemente Jesús nos está pidiendo que escuchemos a nuestro hermano de una manera abierta, sin juicio, con una mirada inocente. Eso es lo que nos coloca en un plano de completa igualdad porque "el psicoterapeuta se convierte en el paciente, al trabajar a través de otros pacientes para expresar sus pensamientos a medida que los recibe de la Mente de Cristo" (T-2.III.4:6).
Este completo abandono del "personaje" para ponerse a favor de la Verdad en el encuentro con el hermano es un acto de completa entrega y madurez espiritual. En palabras de Jesús: "En el instante en que el terapeuta se olvida de juzgar al paciente es cuando tiene lugar la curación. (T- 3.II.6:1). En realidad, siempre que cualquier persona puede encontrarse con otra desde esa mirada inocente, el encuentro será santo, y por tanto, psicoterapeútico porque se habrá producido un instante santo, un instante sanador donde uno puede reconocer al otro, no como un pequeño "yo" lleno de carencias y limitaciones, sino como el Yo profundo y Real que Es, es decir, lo habrá reconocido como el Hijo De Dios.
El milagro se da gracias a ese instante santo en el que el "terapeuta" recuerda a su hermano y a sí mismo el Amor, la Luz que somos. Recordándoselo al otro se lo recuerda a sí mismo, es decir, enseña Amor, para aprender Amor. Así que no es una relación vertical donde uno da y otro recibe sino donde se da una oportunidad de abrirnos a la Verdad para ambos y donde el terapeuta y el paciente se encuentran para salvarse mutuamente. El terapeuta recibe Amor dando Amor por lo que tiene una oportunidad de curarse a sí mismo en la relación con el paciente. Aunque puede ser que por alguna de las partes no se de una toma de consciencia de la Luz que se Es, de alguna manera estos encuentros hacen de catalizador para que los obstáculos a la Verdad se vayan despejando.
Normalmente todas las terapias o formas de ayuda no son sino formas de proyectar en el paciente algún juicio u opinión sobre lo que le pasa y dan remedios bajo la suposición de conocer qué le ocurre al paciente interpretando cuál es el origen de sus problemas. Hay unas palabras de Jesús sobre este asunto muy esclarecedoras y significativas que dicen: " ...el aprendizaje de los terapeutas profesionales enseña poco o nada acerca de los verdaderos principios de la curación. De hecho, probablemente le enseñó cómo imposibilitarla. La mayoría de enseñanzas del mundo siguen un programa de estudio en cómo juzgar, con miras de hacer del terapeuta un juez". ( T-3.II.2:2)
Jesús nos insta a permanecer abiertos, receptivos, sin método, solamente guiados por la sabiduría de nuestro Yo más profundo, nuestro guía interno, dejando de lado ese pequeño yo que cree saberlo todo. Cuanto más apertura a la Luz se da en el terapeuta se da cuenta de que no puede haber una forma determinada de hacer psicoterapia. La apertura es tan total que no valen las "reglas del mundo" ni de las teorías inventadas desde la zona pensante, como ocurre con la mayoría de terapias psicológicas que aportan explicaciones a los problemas desde suposiciones falsas que nada tienen que ver con la Verdad . Por eso, como dice el Curso: "ningún buen maestro utiliza el mismo enfoque con todos sus alumnos. Por el contrario, escucha pacientemente a cada uno de ellos y lo deja formular su propio programa de estudios" (T-2.II.7:3).
El objetivo de la terapia es curar. Y curar según UCDM es curarnos de las ilusiones , de lo falso, para podernos abrir a la Verdad, a la Paz y al Amor que somos. Por tanto, una verdadera psicoterapia no trata de substituir unas ilusiones por otras. No trata de mejorar el sueño haciendo que este se adapte a lo que creemos que nos conviene ( puede ser mejorar la salud, ganar en autoestima, mejorar nuestras habilidades sociales, etc) "Eso no puede curar porque se opone a la verdad. Tal vez una ilusión de salud substituya la ilusión de enfermedad por un breve período, mas no perdurará. Las ilusiones no pueden ocultar el miedo por mucho tiempo, pues este forma parte de ellas. Escapará y agotará otra forma, al ser fuente de todas las ilusiones". (T- 2.IV. 7: 5).
Solo la Verdad nos hará libres y la verdadera sanación solamente pasa por el restablecimiento de la Unidad, porque la única enfermedad y el único problema del que padecemos realmente es la separación de la misma. Buscar en la fuente equivocada jamás nos restablecerá la Paz y la dicha anheladas.
No hay nada más desafiante para un terapeuta o sanador que ponerse delante de un paciente con las manos vacías, sin remedios que ofrecer, desnudo, sin un compendio de técnicas y conceptos que lo ampare. Pero el sanador sanado aprende a ir ligero de equipaje y confiar en su guía interno, en la Voz del Espíritu y unicamente está dispuesto a que la Verdad ilumine la relación. Ha dejado atrás a los falsos ídolos que lo único que hacían era alejarlo de la misma. Este camino es un auténtico reto para todo aquel que quiera ser un verdadero psicoterapeuta de lo Real.