lunes, 2 de abril de 2018

Una íntima presencia

Cualquier acontecimiento que nos trae la vida trae una intensidad para ser vivida.  Esta intensidad se manifiesta a través de sentimientos, pensamientos o emociones que en algunas ocasiones son agradables y en otras nos hacen sufrir.  La capacidad de acoger y de permanecer en contacto íntimo con esas experiencias, sobre todo con las dolorosas,  aparece cuando nos vamos abriendo a ese espacio de presencia,  que en el trasfondo sostiene todo aquello que se manifiesta en la superficie.  Saberse que somos esa presencia, y que eso que somos jamás es dañado por nada y ni por nadie es lo que marca la diferencia en cómo nos vivimos en esa intensidad que es la Vida.   En realidad esa es la entrega, esa es la verdadera rendición...Un fluir con la Vida,  abrazando todo aquello que nos presenta,  porque con una certeza ya inquebrantable sabemos que nada nos puede dañar,  que las emociones que nos hacen sufrir sólo se quedan en la superficie y que siempre vienen y van, mientras que lo que somos, la consciencia  es lo único que permanece.  

     Una verdadera entrega se rinde a los pies de la Vida,  y en la confianza plena de que todo lo que trae es perfecto,  permitimos que se de la verdadera sanación,   que se da cuando lo abrazamos TODO,  cuando ponemos Luz a nuestras emociones o pensamientos más destructivos,  vergonzosos, humillantes, dolorosos,  y de esta manera abrimos un espacio para que todo aquello que estaba amagado  vaya saliendo del armario de la inconsciencia.   ¿ Qué si no va a liberarnos del sufrimiento?, ¿ quizá una nueva terapia,  un nuevo curso,  un viaje al Amazonas,...?  Puede ser que que estos acontecimientos nos den un empujón,  pero el trabajo sólo lo podemos hacer nosotros mismos,  teniendo el coraje de mirar nuestras sombras,  nuestros miedos, nuestros deseos, nuestra soledad,...

    Si somos capaces de permanecer con nuestro dolor, nos vamos dando cuenta que el dolor no somos nosotros,  solamente es un invitado.  A veces el invitado puede ser muy ruidoso, incluso violento,  pero los cimientos de mi casa no se rompen.  Con el tiempo mi casa cada vez se hace más espaciosa hasta que me doy cuenta de que mi casa no tiene límites ,  mi hogar es el espacio infinito,  es ya tan espaciosa,  que puede acogerlo TODO.  Podré llegar a tener un contacto tan íntimo con mi invitado que me fundiré con él.

  Esta presencia íntima conmigo mismo,  esa presencia que puede ser anfitriona de cualquier invitado, por muy perturbador que sea,  también acoge la intimidad del Otro,  porque no deja de ser uno mismo.  Pero sólo si yo he sido capaz de entregarme y abrirme a todo lo que surge en mí, sin negar nada, sin esconder nada,  seré capaz de abrirme a la experiencia de entrar en conexión íntima con el Otro,  con su alegría, con su dolor,  porque nada de su viviencia me resultará ajeno.